10.9.15

Ilusión

Aquella noche se volvió a acostar llorando, realmente no sabía lo que quería… ¿Y si eso no iba a acabar? ¿Cuánto aguantaría? Sólo quería dormirse, no despertar jamás, acabar con todo… Se dio cuenta de que podía hacerlo, sólo necesitaba paciencia, y un día todo se acabaría. Se levantó temprano y empezó a prepararlo todo, con una frialdad que estremecía. En apenas dos horas lo hubo terminado. Se acercó a la habitación del final del pasillo, con paso lento, sigiloso e inseguro. Le temblaban las manos, pero aún así consiguió girar el pomo. Cuando miró adentro se asustó, alguien había hecho su trabajo.

Cogió su mochila y la llenó con todo lo que creía necesario, iba a ser libre y eso también le iba a suponer un esfuerzo, ya nadie se preocuparía si le pasaba algo. Abrió la puerta y bajó los escalones de dos en dos, al llegar a la calle el sol deslumbró sus ojos negros, demasiado acostumbrados a la oscuridad. Poco a poco empezó a distinguir lo que le rodeaba, todo había cambiado muchísimo. Intentó orientarse y acercarse a un lugar conocido: la casa de sus padres. Los recuerdos llegaron a su mente como un relámpago, sus pies empezaron a caminar solos. Maldijo que todos los esfuerzos que había hecho por olvidarse de su pasado no hubieran servido para nada.

En pocos minutos llegó a la calle que tanto había recorrido para ir al colegio cada mañana, y al doblar la esquina reconoció la preciosa casa de piedra cubierta, a medias, por la enredadera. Caminó deprisa, de repente, era como si necesitase acercarse a todo aquello de lo antes tanto quiso
escapar. Llamó al timbre que había debajo del buzón verde en el que se podía leer el número veintitrés, nadie salía. Su alegría empezó a volverse preocupación, ¿y si se había equivocado? Imposible, lo recordaba todo demasiado bien, aquel era el columpio donde tanto jugaba, y ese era el árbol al que nunca pudo subir… Por fin la puerta se abrió y apareció una mujer menguada por los años, con el pelo canoso, y con un millón de recuerdos impresos en su rostro, pero con los mismos ojos negros, llenos de juventud.

De repente sonó el despertador. El hombre de negro se acercó y perturbó sus sueños; en aquel momento, se dio cuenta de que la libertad era algo que de lo que sólo podría gozar en sueños, y se intranquilizó.